Visitar el Puerto de Saint-Tropez es sumergirse en una escena donde el Mediterráneo marca el ritmo de la vida.
Los restaurantes se alinean frente al agua, mezclando aromas marinos con conversaciones animadas.
Entre los yates de lujo, los barcos de pescadores recuerdan el origen sencillo y auténtico del puerto.
A lo largo del muelle, pintores capturan la luz cambiante sobre las velas y los cascos brillantes.
Sus lienzos conviven con el ir y venir de turistas y locales, creando una galería al aire libre.
El contraste entre lo tradicional y lo sofisticado define cada rincón del lugar.
Sentarse en una terraza es observar un espectáculo continuo de colores y movimiento.
Y en el icónico Sénéquier, con su toldo rojo, el tiempo parece detenerse frente al puerto.